El último San Isidro

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Calle Agastia, Madrid, 29 de mayo de 2044. Un frío del carajo. Es lo que tiene el cambio climático. En la arena ya no quedan valientes, solo mercenarios.

El diestro, el de toda la vida. No hay quien le saque de la bolera. Fue el mejor y lo sigue siendo. No ha salido un jugador asi desde hace mas de 40 años. Su porte de galán de cine y sonrisa traviesa perduran en el tiempo. La vida le trató bien, no sufrió demasiado. Aprovechó el tren de los bolos para vivir como un autentico rey. Pero su vida poco ordenada le obliga a tener que seguir al pie del cañón.

Sus eternos rivales, ya estrujaron la vaca todo lo que pudieron y cuando se acabó la leche, colgaron las bolas. Nunca les gustaron los bolos. Eran otros tiempos. El zurdo ya no existe. Los pocos que juegan lo hacen con la derecha, como dios manda. En su lugar, un espigado y musculoso jugador de color (negro para mas señas) lanza unas pesadas bolas de tres kilos y medio con una perfección y destreza nunca vista contra unos bolos ligeros de 350 gramos gracias a una técnica de vaciado patentada por un tornero vasco. La globalización. Es el actual campeón de lo que hoy es la república autonómica-federal y un día se conoció como España.

La bolera vacía. De Madrid ya no queda nadie, y de Cantabria bajan cuatro federativos, los de siempre, bien acompañados por los políticos que exaltan las grandes características culturales que tiene nuestro juego autóctono. Aquel chaval que empezó jugando en la bolera de su pueblo, creo su propia peña, fue jugador, presidente, unió a los bolos en torno al dinero de todos y creo el mayor espectáculo jamas visto, ahora rige los destinos de los montañeses. Su carrera política fue meteórica, como su paso por la presidencia de la Federación cántabra. Tenia mayores aspiraciones. Su mentor le observa a la sombra desde algún rincón de la Cantabria infinita.

Este es el ultimo año que nos desplazamos al San Isidro. A Marlasca le sigue gustando bajar en su coche, y parar en todos los bares que recuerda siempre visitaba en sus viajes relámpagos a la capital. Las luces no le pierden y siempre damos con el antro adecuado donde siguen vendiendo el vino peleón y agrio que adora el muy tacaño. «Una cerveza, bien fresquita por favor». Ni caso. Ya no se si es su problema auditivo o que le gusta llevar la contraria. Un poco de las dos. Y a sacar la cartera, que se le olvido el dinero en el coche. Algunas cosas nunca cambiaran.

Ultima tirada. Ya no hay emoción. Todo el pescado esta vendido. Solo queda una bola. Ya es ganador pero quiere deleitar a las selectas 25 personas que abarrotan la bolera con un espectacular emboque. El portentoso atleta recien nacionalizado cántabro, se para. Alguien de la presidencia empieza a toser descontroladamente. La edad no perdona y solo la fuerte silla en la que se recuesta desde hace tanto tiempo le aguanta de caer al suelo. Intento dejarlo muchas veces pero no había relevo suficientemente bueno que liderara el proyecto que él inicio ya en el siglo XX.
El sonido de la ambulancia se solapa con la música estridente de la megafonía de la organización. El nuevo himno español es cantado por todos y las lágrimas del moreno caen sobre la arena de la bolera mientras el regidor provincial le hace entrega del pesado sobre.

La tristeza nos inunda a todos. Marlasca me mira y le da un largo trago a su copa: «Vámonos Martín. Esto está visto para sentencia». «Tienes razón, Marlasca. Y el final ya lo sabíamos desde hace muchos años…».

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