Sábado dieciséis de julio. Cinco de la tarde. Un sol de justicia en la arena. Este podría ser el comienzo de cualquier festejo taurino de los que se celebran en España. Pero no, es el comienzo de la fase final de un campeonato regional de primera categoría de peñas por parejas.

Las excusas ya están preparadas. Son las de siempre. Mucho calor. La coincidencia con la festividad. La diferencia de bolos entre los participantes. Excusas gastadas y añejas.

Porque también se podría decir que es un campeonato de primera categoría. Que puede ser la última tarde que veamos juntos en una bolera a Víctor, Salmón, Rubén Rodríguez y Rubén Haya. Cuatro de los mejores jugadores de este y del pasado siglo. Tampoco la oportunidad de ver la clase de Pablo Lavín. La raza de Carlos García y Mannu Diego o la efectividad de Ico Núñez parecen haber surtido efecto. El cartel es difícilmente mejorable.

No son malas cartas de presentación para vencer al calor, la fecha, la festividad o las diferencias de bolos entre los participantes. Y sin embargo las gradas de la bolera no presentan el aspecto esperado. Ni mucho menos.

Pero es que esas cartas tampoco sirven para que ni una sola televisión tenga bien emitir el evento. Triste sí. Pero real como la vida misma. A mí no me sorprende, es un paso más en el camino que llevamos señalando muchos hace tiempo.

Pero claro, como no sabemos de bolos, nos equivocamos. No merece la pena escucharnos ni perder el tiempo en valorar lo que decimos. Siempre es más sencillo tirar de argumentos rancios y caducos que pensar por un instante: ¿y si el tonto este tiene razón?

Porque la ausencia de televisiones no es un hecho aislado. Hace un par de meses asistíamos a la triste noticia del fin de la relación laboral de la más firme defensora de los bolos en la prensa escrita: Merche Viota. Los bolos perdían a su madrina y embajadora. Alerta a una profesional como la copa de un pino.

Desde el punto de vista bolístico todos sabíamos lo que eso significaba. Y se alzaron las voces lamentando la noticia y poniendo en el punto de mira a la empresa editora. No faltaron los que aseguraron que no comprarían más el Alerta o que cancelarían la suscripción. Una reacción lógica.

Pero, como siempre, vamos a ir un paso más allá. Vamos a coger altura y ver las cosas desde una perspectiva lo más imparcial posible. Los medios de comunicación son empresas. Su objetivo es sobrevivir en el mercado. Para ello tienen que adaptarse al cambio. Y para adaptarse, deben tomar decisiones continuamente. Porque es lo que tiene el cambio, que no se está quieto. Y en cada una de esas decisiones hay un trasfondo económico. La dichosa economía otra vez.

Por tanto, podemos estar seguros, que las decisiones de dedicar menos espacio a los bolos, no están tomadas a la ligera. Significan, seguramente, un ahorro de costes o un aumento de la rentabilidad.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y los bolos, nos guste o no, no son rentables. Y no son rentables, ni aunque el Gobierno, a través de su jugosa publicidad institucional, recomiende o fomente su difusión. Solo tenemos que contemplar los hechos con imparcialidad para llegar a una conclusión muy similar. Ser imparciales y dejarnos de excusas rancias es imprescindible. Pero en los bolos veo poca imparcialidad y demasiados argumentos podridos.

El otro día tuvimos la suerte de escuchar a Vidal Celis, gerente de Rucecan. A mi juicio el mayor logro de APEBOL en su historia. No por el hecho monetario, que también. Pero ir de la mano de una persona coherente y con las cosas claras es algo que no se puede valorar en dinero. Es un intangible. Que sí, que el dinero está muy bien, pero hay muchas cosas que no puede comprar. Y entre las muchas perlas que nos dejó, Vidal Celis habló de que Rucecan, toma la decisión de patrocinar la División de honor, cuando su empresa había alcanzado la velocidad de crucero.

Esa velocidad de crucero de Rucecan es muy difícil de conseguir para cualquier organización. Pero aún es más complicado sostenerla. Y la decisión de Rucecan de patrocinar los bolos es una gran manera de mantener esa velocidad de crucero. Ojalá contáramos en nuestra región con empresarios que tuvieran esa visión. Pero ahora es el momento de aprovechar que contamos con gestores que comparten ese punto de vista.


Pero no hemos tenido esa suerte. Porque los bolos si han gozado de esa velocidad de crucero. Y si no, recordad aquel Palacio de los Deportes de Santander en 2005, abarrotado el día de la final del Campeonato de España. Pero no solo ese día, toda la semana hubo una más que aceptable entrada, en un escenario difícil de llenar. Y esa afluencia de público entre semana de 2005, solo la alcanzamos ahora, con mucha suerte, una tarde al año, la tercera semana de agosto. Y con eso nos contentamos. Y así disponemos de un año más para contemplarnos el ombligo.

Porque cuando los bolos alcanzaron su velocidad de crucero, eso fue precisamente lo que hicimos. En lugar de aprovechar para tratar de mantener la velocidad, nos cruzamos de brazos. Claro, aquel transatlántico era insumergible. Igualito que el Titanic. Y al igual que ocurrió en aquella ocasión, la orquesta siguió tocando. Todos los músicos en una armonía tan perfecta, que avistamos nuestro particular iceberg y nadie hizo nada por esquivarlo.

Y no será porque algunos no avisamos en su momento. Y lo que era insumergible empezó a hundirse. Cada vez más rápido. Y ahora que vemos que el agua está congelada y que nos llega al cuello, cada uno intenta salvarse como buenamente puede. Pero siempre echando la culpa a los demás. No vaya a ser que, en un momento de lucidez, veamos que la culpa es nuestra y tengamos que reconocer los errores.

Que los bolos no sean atractivos para el espectador ni rentables para los medios es solo culpan nuestra. Un periódico tiene unos costes y si, ni siquiera con el flotador de la publicidad institucional, alcanza para cubrir esos costes, los bolos sobran. Porque un periódico no se mantiene con los compradores diarios. Desconozco el beneficio por ejemplar, pero a duras penas alcanzará para pagar papel, tirada, maquinaria, tinta y distribución.

Lo mismo ocurre con la televisión. Si los ingresos no cubren el coste humano y técnico de una retransmisión, esta no es rentable. Y si hay otro evento más rentable, parece lógico acudir a ese acontecimiento.

¿Y si el campeón se decidiera en hora y media? ¿por qué nos empeñamos en que las finales duren lo que una etapa ciclista? Si no contamos con el atractivo del ciclismo ¿por qué nos empeñamos en ello? La respuesta es sencilla: porque así se hizo toda la vida…¿O será porque no sabemos hacer otra cosa? A ver si al final va a resultar que, aparte de mí, hay muchos más que no saben de bolos…

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